sábado, 27 de febrero de 2016

Lo injusto

Hay días en que el estado de ánimo se corresponde con el tiempo. Ayer llovía, hacía viento y mucho frío. Un día feo, gris, de invierno.

Una compañera y amiga me contó una historia terrible. Terrible de las de verdad, de las que dan miedo. Su hijo, que vive fuera y que espera un niño, se operó de apendicitis de urgencia hace un mes. Unas semanas después lo llamaron para decirle que habían encontrado células cancerígenas en el apéndice extirpado. Ahora toca hacerle pruebas para ver de dónde vienen. Tiene veinticinco años. Yo no sabía qué decirle, cómo animarla. Qué dura es la vida a veces.

Un rato después llamaba a la familia de uno de mis alumnos, que lleva varios días sin venir a clase. Su padre me cuenta con voz entrecortada que le acaban de diagnosticar principio de esquizofrenia. Con dieciséis años.

Son tantas las veces que nos preocupemos por cosas tan banales. Tantos días desaprovechados lamentándonos por problemas que no son tales, dando vueltas a desvelos que carecen de importancia.

La vida a veces nos recuerda de forma cruel que estamos perdiendo el tiempo. Que cualquier tarde jugando con tus niños puede ser la mejor de las tardes. Que no hace falta enfadarse porque el suelo esté lleno de migas. Que no merece la pena perder la paciencia tras una noche en blanco. Porque hay noches en blanco que de verdad pueden ser aterradoras. Ojalá se acaben pronto y las recordemos como un mal sueño.

lunes, 22 de febrero de 2016

Los alumnos

Cuando eres madre es fácil sentirte orgullosa. Esa pequeña criatura es fruto de tus cuidados, de tus desvelos y muchas de las cosas que vaya haciendo las habrá aprendido de ti. Mucho te reías de aquellos padres primerizos absortos ante los primeros balbuceos, pasos o cucamonas de sus pequeño y ahora es a ti a quien se le cae la baba.

Pero yo llevo ventaja. Estoy muy orgullosa de mis pequeñines, claro, pero llevo años sintiendo orgullo por otros chavales. A esos no los he criado yo, pero he formado una (mínima) parte de su educación y con eso me basta para estar orgullosa.

He tenido, en esta década larga que llevó dedicándome a la enseñanza, un buen puñado de alumnos estupendos. Estupendos de verdad, aunque algunos no fuesen los estudiantes más brillantes ( que los he tenido, también) Chicos y chicas especiales, cariñosos, solidarios, valientes, agradecidos, inteligentes. Incluso guapos. Los mejores.

Tengo suerte. A veces, cuando despido uno de esos grupos estupendos, esos que sé que voy a echar de menos, pienso que esto se acaba, que no tendré a otros como esos. Pero al cabo de un par de cursos me encuentro con otra clase de las que merecen la pena, de esas que te reconcilian con tu profesión.

He tenido tres grupos a los que recuerdo con especial cariño. De uno de ellos fui tutora dos años y para mí son muy importantes. Mantengo el contacto con algunos y me da mucha pena haberlo perdido con otros. Son geniales, cada uno con su historia, muchos podrían protagonizar una novela. Y aún son adolescentes (cada vez menos, me hacen mayor!)

Cuando me despedí de ellos porque cambiaba de centro me hicieron una fiesta. Yo les había leído unos poemas de despedida la última clase y, para romper un poco el ambiente melancólico que se estaba creando, bromeé pidiéndoles un comentario de texto de los mismos. Ellos me devolvieron la broma escribiendo cartas preciosas, que guardo como un tesoro y que me entregaron como si fueran un trabajo escolar.

La semana pasada una de esas alumnas volvió a España desde su país y, en la semana que estuvo aquí me hizo una visita a casa con otras compañeras. Es complicado explicar lo que significó para mí esa visita. Me hizo sentirme muy orgullosa.

Así que espero que cuando mis pequeños tormentos lleguen al instituto alguien les tenga el cariño que yo siento cuando pienso en mis viejos alumnos. Algunos ya amigos.


martes, 16 de febrero de 2016

La vuelta

Llevo algo más de un mes trabajando. Seis semanas de carreras matinales, de lloros en la puerta del colegio y de virus de guardería. Casi no me acuerdo de la feliz tranquilidad en la que he vivido los casi catorce meses anteriores.

Cuando me incorporé con mi hijo mayor tras la excedencia me costó un triunfo. Ya he contado que lo pasé muy mal. Los meses más duros de mi vida, sin dormir, con mi niño llorando, sintiéndome culpable y preguntándome por qué no estaba en casita con mi pequeño.

Posiblemente tendría que haber aguantado un poco más, alargar ese permiso y esperar a estar más preparada, a tener ganas (aunque fueran unas pocas) de volver a la rutina.

Esta vez ya lo tenía interiorizado. Sabía que iba a ser duro, ya pasé por lo mismo. Mi hijo mayor ya estaba en el cole unas cuantas horas diarias y el pequeño no comía pero se sociabilizaba bastante. Y yo... Me habían dejado un buen horario, grupos fáciles y, aunque no del todo, me sentía más preparada que hace dos años y medio. La experiencia, supongo.

Aquí estamos. Con El Padre de las Criaturas viajando mucho. Con unas mañanitas que son una auténtica contra reloj. Con mi Peque cogiendo virus como si no hubiera un mañana. Y con mucho sueño.

Y así, a lo tonto, resulta que queda un mes para Semana Santa. Que me voy organizando. Que he acabado los primeros exámenes de la UNED ( por si lo tenía bastantes complicaciones solita) y que mi Chicote se va haciendo a desayunar en el cole y no llora casi ningún día.

Yo tengo ojeras, duermo poco y me da la impresión de que mi vida se reduce a alumnos y mis niños. Pero voy viendo la luz al final del túnel. En un mes será primavera. Ya habremos pasado lo peor.

jueves, 11 de febrero de 2016

El viernes

Mañana es viernes, acaba otra semana. Mañana es viernes  y, aunque hoy duerma poco, tengo el fin de semana por delante para intentar echarme la siesta.

Mañana es viernes y puedo dejar a Chicote en el cole porque no tengo clase a primera hora. Mañana es viernes  y si Peque se pone malito (por favor, que no se ponga) al menos sé que estará conmigo.

Mañana es viernes y podemos acostarnos más tarde pero los niños están tan agotados que es el día que se duermen antes. Mañana es viernes y acabo la semana con mi peor grupo pero luego me voy a pasar dos días enteros con mis niños.

Mañana es viernes y a la vuelta habrá atasco. Quizás llueva. Seguro que me cuesta aparcar. Pero tengo dos días de desconexión antes de que comience otra fatídica semana de madrugones, pocas horas de sueño y carreras matinales.

Mañana es viernes y a mí se me había olvidado lo que es sentir que llega el fin de semana. Mañana es viernes y da rabia pensar que hay que pasar por cinco días de obligaciones para disfrutar de cuarenta y ocho raquíticas horas de asueto y descanso, ¿qué mente esclavista nos organizó así?

Mañana es viernes y el lunes me prometeré otra vez que tengo que aprovechar la semana y disfrutar todas las tardes, y no mirar el reloj, obsesionarse con el calendario, contar los días para las vacaciones.

Mañana es viernes y mi hijo mayor ya sabe que llegan dos días sin cole ni trabajo. Y se le hacen muy cortos.

Mi madre siempre decía que el jueves era su día favorito porque podía decir que mañana es viernes. Pues eso.



jueves, 4 de febrero de 2016

La casualidad

Fue con todo el asunto Bescansa. Leyendo un comentario a un artículo que hablaba sobre la iniciativa de llevar a su bebé al congreso, me encontré con un blog que me encantó. Sobre maternidad pero escrito con un indudable estilo literario que me era lejanamente familiar.

Leí unas cuantas entradas. Y entonces, de repente, lo vi. La autora participaba en una película. Y uno de los directores era Martín Garzo. Un escritor que me gusta y que me fascinó hace unos años por una novela, Historias de Marta y Fernando, que me quitó el aliento en un viaje en autobús por la carretera de Valencia.

La saqué de la biblioteca por el título, que lleva mi nombre, y la he intentando comprar muchas veces, sin éxito. Me gustaría releerla porque me removió. O quizá sea mejor mantener el recuerdo.

A lo que iba. Resulta que la autora del blog es hija del escritor. Lo más sorprendente es que yo no tenía ese dato. Tengo una memoria peculiar, y en mi base de datos particular figuran la fecha de nacimiento de todos cuantos me rodean. Escritores, cantantes o deportistas incluídos. Y alumnos, por cierto. Y sus familiares. Y no me constaba que Gustavo Martín Garzo tuviera una hija. Le hacía más joven. Estoy perdiendo facultades.

Ese estilo que me parecía reconocer era similar al de su padre. Una forma de escribir que se recrea, que relame las palabras, que cuenta como si estuvieras escuchando.

No he podido leer el blog entero, llevo un mes escasa de tiempo libre, pero me ha gustado mucho. Ha sido una casualidad de las que te hacen creer en el destino. Un paréntesis de la vorágine en la que vivo desde hace un mes.

Que se me olvidaba. Es este.