lunes, 14 de diciembre de 2015

La matrona



En mi primer embarazo tuve una matrona genial. Yo no tenía muy claro qué era una matrona, ni cuáles eran sus funciones. Recordaba vagamente que, hace años, tuve a una compañera de alemán (sí, yo también tuve tiempo libro y aficiones) que era matrona, pero no me debía interesar demasiado el tema con diecinueve años. Menos mal.

La matrona, al menos en la seguridad social, es la persona que te lleva el embarazo, te pesa, te da consejos, te toma la tensión, te deja escuchar el latido del bebé y te da las clases preparto. Con mi primer hijo iba todos los meses. Con el segundo fui tres veces. Los recortes, supongo.

Mi estupenda matrona, que era hasta guapa, apuntaba todo en un cuadernillo de lo más cutre (que tampoco me dieron con Peque, por cierto) que guardo con cariño. Mi tensión, toooodos los kilos que cogí y las fechas de las revisiones. Tuve un embarazo bastante bueno, así que mis visitas eran agradables y se limitaban a las dudas que pudiera tener una madre primeriza y a los sabios consejos de mi bella matrona.

Recuerdo que, en la primera visita y, tras pesarme, me dijo que, como estaba tan delgada, podía coger fácilmente entre 18 y 20 kilos durante el embarazo y que no supondría ningún problema. Yo me asusté un poco (bueno, mucho) pero la verdad es que acabé engordando casi quince kilos y, como ella predijo, perdiendo diecinueve pocos meses después de dar a luz. Una pena que en mi segundo embarazo médicos, matronas y ginecólogos se empeñaran en llevarle la contraria y poner el grito en el cielo cada vez que me subía a una báscula. Ganas me dan de ir a verlos ahora y preguntarles quién necesita una dieta, si ellos o yo....

Las clases preparto me encantaron. Ella resolvía dudas, nos hacía participar, esbozaba cómo iba a cambiar nuestra vida.... Y acababa todos los días con una relajación. Cerrábamos los ojos, respirábamos profundamente y sentíamos cómo nos íbamos calmando a la vez que nuestros bebés. El último día repetimos operación, pero durante todo el ejercicio no paró de sonar su móvil, de abrirse y cerrarse la puerta y de subir y bajar persianas. Cuando acabamos, nos explicó que así iba a ser nuestra vida, teníamos que intentar relajarnos con todo eso de fondo.

Cuando, año y medio después, recogía a mi hijo de la guarde y, con Dora Exploradora tronando en la televisión, le abrazada, cerraba los ojos y me acordaba mucho de esa última clase. Sí, muy de mala madre ponerle la tele pero diez minutos de relajación en horizontal pueden ser vitales!

Tras parir, te dan cita con la matrona en los primeros días de vida del bebé para que vigile la lactancia y que todo vaya bien. Cuando entré con mi pequeñín (de casi cuatro kilazos), mis incipientes y ahora características ojeras y mi sonrisa de felicidad ella volvió a darme sabios consejos.

El primero y fundamental, mi favorito. Si El Niño está dormido, no lo despiertes. Pesa cuatro kilos, no se va a deshidratar, descansa. Eso me dijo, que me olvidase de las tres horas y otras chorradas y que durmiese cuando lo hiciera Chicote. Como podrán imaginar, queridos y fieles lectores, nunca me ha hecho falta despertar a mi primogénito, que vaya nochecitas, pero me dejó más tranquila saber que los ritmos los marcaba el mochuelo. Muy a mi pesar, por cierto.

Con Peque la eché mucho de menos. No qué afortunadas madres primerizas van a disfrutarla, pero espero que lo aprovechen. Al final, el personal sanitario son eso, personas, igual que nosotros. La simpatía y la empatía no van en el cargo. Pero se agradecen.




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