jueves, 16 de abril de 2015

La episiotomía



Episiotomía es una de esas palabras que nunca había empleado hasta quedarme embarazada. Igual que periné, discos absorbentes de lactancia, calostro o fontanelas. ¡Bienvenida al léxico maternal!

Hace un montón de años, un amigo que estudiaba enfermería y estaba haciendo las prácticas en el paritorio, me explicó, de manera bastante explícita, lo que más le había sorprendido de los partos. A mí se me grabaron en la mente dos cosas. La primera es de lo más escatológica, porque él me aseguraba que a las parturientas las ponían un enema para evitar que se cagasen mientras parían. Yo no me lo acababa de creer, pero luego me he enterado de que no es tan raro que esto último ocurra. Yo tuve la enorme suerte de vomitar tanto durante mi primer parto que no me tuvieron que administrar ningún laxante. Qué bien, ¿eh?

Lo segundo fue lo de la episiotomía, que él no llamó así. Me aseguró que, directamente, te rajaban y, tras echarme un vistazo, añadió que con lo delgadita que era yo, a mí me rajarían seguro si tenía un hijo alguna vez. ¿Qué te rajan? ¿Cómo que te rajan? Le preguntaba yo, que no daba crédito y aun me estaba recuperando de lo de cagarte viva en medio del parto. También fue bastante explícito, pero me está entrando la flojera al recordarlo y creo que voy a parar aquí.

El caso es que la episiotomía es muy desagradable. No en el momento, porque yo no me enteré, pero sí en las consecuencias.

Con los casi cuatro kilitos de peso de mi Chicote y los cuarenta y cinco que pesaba yo antes del embarazo, podéis imaginar la desproporción de la situación. Mi niño salió con fórceps y bastante dolor, pero en menos de un minuto de empezar la intervención ya le tenía en mi pecho. Casi no me lo creía.

Luego tuvieron que sacarme la placenta y que coserme. La matrona nos dijo en las clases preparto que de eso ni nos enterábamos de lo contentas que estaríamos con nuestro bebé en brazos. Mentira podrida. Me enteré perfectamente. Y me dolió. Fueron tres cuartos de hora muy largos, con las piernas atadas a los estribos de la camilla y dos mujeres comentando el programa que se había grabado unas semanas antes en el hospital (Baby Boom) y cosiéndome los entresijos. Yo miraba la cara del Padre de la Criatura y no podía más que preocuparme, porque estaba cada vez más serio. Menos mal que tenía a mi niño en el pecho, abriendo los ojitos al mundo e, imagino, preguntándose qué era todo ese nuevo escándalo alrededor.

No me quisieron decir los puntos que me dieron (vaya, yo que siempre he oído hablar de cicatrices juntando el número de puntos correspondientes, para darles valor a éstas) pero sí me dijeron que me habían cosido en tres sitios: cara interna es el único que recuerdo. No me preguntéis la cara interna de qué.

Las cuarenta y ocho que pasé ingresada después no paró de entrar gente distinta en la habitación y de mirarme la entrepierna. Que, por cierto, estaba sangrando, y la única manera de contener esa hemorragia es con compresas tocológicas, un eufemismo para referirse a enormes masas de celulosa que me impedían juntar las piernas pero me facilitaban un blando asiento allá donde iba.

Los puntos tardaron tanto en caer que ya pensaba que me acompañarían siempre, igual que las compresas y las bragas de papel, fatales para el medio ambiente pero estupendas para el follón de los primeros días en casa. Como veis, un nacimiento no es todo cigüeñitas y flores.

Ir al baño pensando en lo que tienes ahí abajo es otra aventura. Hacer pis me costó unas cuantas horas. Lógico, porque no te dejan beber agua hasta dos horas después de que acabe el parto, y ya he contado que vomité cuatro veces. Me daba un poco de miedo, pero no me escoció, así que me quedé tranquila. Además, después del embarazo, me parecía que no necesitaba hacer pis apenas.

Los puntos se me cayeron, y pude volver a las compresas de toda la vida, porque seguí sangrando más de un mes. Me parece mentira que pasemos por todas esas molestias después de parto y que apenas las recordemos luego. ¡Figuraos el trabajo que dan los bebitos! Después de unas cuantas semanas reuní valor y me miré la cicatriz. He de decir que no se notaba tanto, y que, aunque se notase, está en un lugar bastante discreto, claro. Pero sí que la sentía a menudo. Puede que sea sicosomático, porque soy algo hipocondríaca, pero de vez en cuando percibía algún tironcillo de la piel y sabía que eran los puntos, la cicatriz que me recordará siempre que tuve una vez un bebé que salió de mis entrañas. Entonces me parece hasta bonita.

No hay comentarios:

Publicar un comentario