martes, 20 de diciembre de 2016

Los fans

Cuatro meses.... Tras una temporada leyendo otras bitácoras un poco más alejadas de los temas maternales, y tras preguntarme muchas veces si no debería hacer otras cosa, escribir sobre lejanos intereses que yo antes tenía, meditar sobre si abrir un blog distinto que ya casi tenía hasta nombre y, finalmente, darme cuenta de que ni para eso tengo tiempo, he descubierto una cosa. No necesito separar espacios. Mi vida puede ser muchas cosas a la vez. A veces lo olvido, pero soy, y no necesariamente en este orden, profe, madre, lectora, estudiante, curiosa, idealista, nerviosa, maniática y bajita. Entre otras cosas. Así que vamos a seguir con esto. De vez en cuando, porque mucho tiempo libre no tengo, pero la verdad es que mis niños son capaces de entretenerse solos o con La Patrulla Canina casi veinte minutos seguidos si nadie resulte levemente herido. Y cualquier madre de niños pequeños sabe que en veinte minutos se puede hacer la cena, recoger la ropa, echarse una siesta reparadora y casi casi escribir un libro. Además, y, sobre todo, yo me debo a mis fans. Aquellos dos grandes amigos que en estos meses de retiro (no espiritual precisamente) me han preguntado discretamente por este blog. Y solo por eso tenía que volver. Hala chicos, va por vosotros. Por cierto. Alguien ha resultado levemente herido. Me pasa por hablar.

sábado, 13 de agosto de 2016

El veranito

A ese le falta un verano, era mi frase favorita para anunciar que a alguien le faltaba un hervor, que parecía que se había caído de un guindo, que necesitaba espabilarse. Y es que una no sabe (aunque ya empieza a intuir) qué tendrán los veranos que son tan determinantes en el desarrollo.

Un (gran) amigo me recordaba siempre mi suerte, porque, al cumplir los años a finales de noviembre, en nuestros veranos comunes yo era indefectiblemente un año más joven.

Los veranos y la adolescencia. La juventud. O la infancia.

Este está siendo el segundo verano de mi Peque. Un mes y medio de canícula en el que parece que come un poco mejor, se suelta de nuestras manos y echa a correr sin mirar atrás, sube y baja escalones al trote. Se cae y apenas llora, aunque lleve rodillas y codos llenos de costras. Intenta repetir todo lo que decimos e imita todas nuestras acciones. Su hermano ha aprendido que puede ser un gran brazo ejecutor y le ordena que dé puñetazos, rompa cosas o grite. Él lo cumple entre risas y una mirada de adoración absoluta que sólo (yo lo escribo con tilde) se nubla cuando los dos quieren el mismo juguete y entonces le araña sin remordimientos. El amor-odio fraternal.

Ha usado el váter varias veces, y no sólo para lanzar dentro juguetes. Se tira la piscina y se arranca los manguitos, lo cual provoca las risas de nuestros vecinos y, sobre todo, habituales microinfartos a su madre, o sea, servidora, que empieza a considerar bajar a la piscina con dos niños deporte de riesgo extremo. Una mierda la adrenalina que se suelta haciendo puenting al lado de la visión de tu pequeño lanzándose al agua al grito de a la de tes. 

Se sube al respaldo de los sofás y ya he perdido la cuenta de las veces que, recién metida en la ducha, oigo a mi Chicote gritando que se mata, mamá, y tengo que salir chorreando (de agua y sudores fríos)  para rescatarlo de un salto mortal (no por la posible cabriola, sino por un trágico final asegurado)


Ese verano que le faltaba a mi chiquitín, por eso de cumplir los años a finales de noviembre, como una que yo me sé, lo está recuperando con creces. Algo me dice que en septiembre no va a ser el bebé de la clase, a pesar de su pequeño tamaño y de su pelito de ratón.

sábado, 23 de julio de 2016

La Madre

Dentro de unos años, los niños crecerán, querrán su espacio, y estaremos solos tú y yo otra vez.

Pues sí, estas sabias palabras del Padre de las Criaturas son absolutamente ciertas, pero a menudo las olvidamos. Tendemos a vivir solo el presente, y no pensamos en el futuro tan a largo plazo (aunque mucho me temo que dos o tres lustros se pasan enseguida cuando unos cruza la barrera de los treinta) Cuando tienes niños pequeños el tiempo cobra una dimensión desconocida. Se estira y se encoge según los patrones de sueño de la criatura, se hace interminable cuando tiene fiebre, se pasa volando cuando miras atrás y descubres que tu bebé ha cambiado tanto en los últimos meses que te cuesta acordarte de cómo era recién nacido.

Los niños pequeños te absorben. Es difícil imaginarlo cuando no los tienes. Estás  segura de que tú te organizarás, tendrás tiempo, podrás hacer muchas otras cosas. Pero de pronto te ves convertida en Madre. Una Madre que apenas tiene tiempo (ni ganas) de ser otra cosa. Una Madre que las primeras semanas no puede ni ducharse. Y que, según pasan los meses, debe tratar de hacer las cosas con un niño en brazos, o colgado de la pierna, o aporreando la puerta detrás de la que te escondes.

A veces intentas leer, ver algo en la tele, planchar la ropa. Arduas tareas. Otras veces estás tan cansada que piensas que Juego de tronos ya te lo destriparán tus alumnos mañana, ese libro no se va a mover de la estantería y la ropa arrugada... ¿No dijo alguien que la arruga es bella?

Pero hay otras cosas en la vida, amigos, pareja... Y estamos tan cansadas que se nos olvida. Está claro que esta absorción infantil se acaba. Puede que demasiado pronto. Yo ya noto que mi mayor juega solo, no me requiere tanto y a veces tengo que llamarlo yo desde otra habitación para oír su voz y que me diga que está jugando y que soy una pesada. Tengo a su hermano, que me llama con lágrimas en los ojos en cuanto salgo de su campo visual y que no me deja ni sentarme en el váter si para ello tengo que dejarlo en el suelo.

Mis pequeñines crecen. Aunque a veces parezca que despacio, la verdad es que el tiempo pasa rápido.  Y, aunque siempre seré su Madre, quizá en uno o dos lustros sea madre solo. Cómo les echaré de menos...

domingo, 3 de julio de 2016

Los valores


Por lo demás no hay elección/ y este mundo tal como es/ será todo tu patrimonio decía el mayor de los Goytisolo. Cuánta razón. ¿Qué podemos dejar a nuestros hijos? ¿Qué es lo más importante que les vamos a transmitir? Los valores, sin duda.

Ojalá sean buenas personas. Tengan empatía y solidaridad, se sepan poner en el lugar de los demás. Que no les acompañe la hipocresía, que tengan principios y sean fieles a ellos mismos. Que no se vendan, que tengan ideales. Que no se rindan sin haber luchado, que intenten vencer sus miedos, y que los tengan, no pasa nada por tener miedo algunas veces.

Que piensen, que tengan criterio, que estén seguros de que la educación no es un medio, sino un fin. Que quieran cambiar el mundo y tengan sentido de la justicia. Que crean en la igualdad, que no vayan a por el más débil, que le ayuden. Que no señalen al diferente y que sepan que en esta vida hay muchas cosas que merecen la pena.

Que  vayan con la verdad por delante, que no se escondan, que den la cara. Que sepan que pedir perdón es importante, pero que vale más pensar las cosas antes de hacerlas.

Me gustaría poder transmitir a mis pequeños todas estas cosas. Pero, tras ver el resultado electoral del domingo pasado, me va a costar ponerles ejemplos prácticos.

martes, 21 de junio de 2016

Las preocupaciones

Cuando tienes un hijo nadie te prepara para los desvelos que te esperan a partir del momento en el que nace. Y no me refiero a los provocados por el desajuste de serie con el que vienen los recién nacidos, ese que hace que no duerman más de dos o tres horas seguidas por las noches y que trae como consecuencia las ojeras y palidez que adornan a las madres recientes. No. Hablo de otros desvelos. Que no se acaban ni cuando el niño duerme del tirón. Son las preocupaciones. Las que te provoca ser madre, cuidar de una criatura cuya vida está en tus manos. Y, aunque la criatura crezca, aunque no dependa tanto de tí, me temo que los desvelos nunca nos abandonan.

Al principio te asusta todo. ¿Come lo suficiente? ¿Por qué llora? ¿Se dormirá alguna vez? ¿Respira? La experiencia es un grado, y poco a poco entiendes un poco mejor a tu bebé y diferencias sus lloros. Pero, claro, un bebé no habla y no te puede explicar si le duele algo, si tiene frío, si quiere que le cambies. Recuerdo que una de mis mayores preocupaciones con mi Chicote era que tuviera fiebre y yo no me diese cuenta. A los nueve meses se puso malito por primera vez (sí, hemos tenido mucha suerte) y, aunque no superó los 38º, lo noté ipso facto.

Con catorce meses le estaba dando el pecho cuando vi una gota de sangre en el pezón. Tardé un poco en darme cuenta de que mi pequeñín sangraba por la nariz sin haberse dado ningún golpe. Tras diez minutos eternos nos fuimos a urgencias y, aunque la hemorragia paró en el coche, pocas veces he estado tan nerviosa. Cuando llegamos pensaron que habíamos tenido un accidente. Desde entonces y durante mucho tiempo me ha dado pánico ver a mi niño sangrar.

Con el pequeño son los golpes lo que peor llevo. Golpes y vómitos me aterran. Aunque la fiebre no les va a la zaga. He pasado horas comprobando como mi bebé dormía, mirándolo fijamente y conjurando al virus de turno para que saliese de su cuerpecito. Cada vez que me entero, por el grupo de whatsapp, de un nuevo enfermito en la guarde, comienzo a temblar y a tocar tanto la frente de mi Peque que temo provocarle yo misma la fiebre.

Y eso no es nada. Me pongo a pensar en que pueden discutir con sus amigos. En que quizá tengan  problemas en el cole. En cuando salgan por las noches. En sus futuros desamores.

Una compañera (y amiga) con hijos ya mayores y nieto en camino me cuenta a veces que nada le provoca mayor tranquilidad que, en fechas señaladas, tener a su hijos durmiendo bajo el mismo techo.

Pues eso. ¿Volveré a dormir a pierna suelta?

martes, 7 de junio de 2016

Las angustias

El domingo por la noche, antes de dormirse, mi primogéntio se giró en la cama y me dijo, muy serio, Mamá, yo no quiero ser un abuelito, yo quiero ser siempre un niño como ahora.

A mí se me encogió un poco el corazón. No esperaba que mi hijo, con cuatro años recién cumplidos, tuviese pensamientos tan abstractos, sintiese esa angustia por el paso del tiempo que a mí me acompaña desde hace tanto y que se ha agudizado desde que soy madre, desde que tengo una nueva referencia temporal marcada por la edad de mis pequeños.

No sé de donde habrá sacado esas ideas. Unos días antes hablaba con su abuela, y le explicaba las ganas que tenía de hacerse mayor y tener todos estos años, abriendo y cerrando las manitas varias veces. Mi madre le dijo en algún momento que mejor no tantos, porque entonces a lo mejor no estaba ella (sí, ya es indefectiblemente una abuela, recuerdo a la mía decir esas mismas palabras hace ya unos cuantos años) y Chicote preguntó que dónde iba a estar entonces. Mi madre tuvo que recular y decirle que en una residencia para viejitos, así que quizás sea esa la preocupación del niño.

Anoche lo repitió saliendo de la ducha. Él no quiere ser un papá ni un abuelo, sólo un niño de cuatro años.

Me dan ganas de abrazarlo, de consolarlo. Pero no hay de qué consolar. Lo mejor que nos puede pasar es cumplir años, ser abuelos, llegar a viejos. Acumular vida y experiencia, intentar ser felices. Nadie ha elegido vivir, a ninguno nos preguntaron antes. Por eso sentí una pizca de culpabilidad, yo soy, en último término (bueno, y El Padre de las Criaturas, claro) la culpable de que mi niño se angustie pensando en la vejez. Y en otras cosas por las que ya preguntará.

No podemos protegerlos de todo, no podemos evitar que sufran. Es parte de la vida y no es malo. Crecer es maravilloso, pero también duele, en todos los sentidos. Ojalá siga confiándome sus preocupaciones. Y ojalá baste un abrazo para que se le pasen. Al menos durante unos cuantos años.

domingo, 5 de junio de 2016

La ¿conciliación?

Este mes los niños ya no tienen cole por la tarde. Muchos padres hacen malabarismos para cuadrar horarios, apuntan a los pequeños a los servicios de acogida para poder llegar a recogerlos y empiezan a hacer cuentas y buscar campamentos para los dos meses y medio de vacaciones escolares que quedan por delante.

Tengo suerte. O fui previsora, no sé. Sólo me toca buscar apaño para la última semana de junio y primera de septiembre. Mis padres y mi hermana viven a cinco minutos de casa y puedo contar con ellos. Aun así entiendo y comparto los problemas que acarrea el desfase entre jornada escolar y laboral.

Lo que no veo nada claro son las soluciones que tratan de imponer desde algunos sectores. Leía esto entre estupefacta e indignada. Una nota de prensa en la que la Fapa Giner de los Ríos poco menos que ningunea nuestra profesión recalcando las ingentes vacaciones de las que disfrutamos los docentes y tachándonos de insolidaridad, culpabilizando a nuestro gremio de la falta de conciliación que hay en este país. Abogan por la eliminación de los exámenes de septiembre adelantándolos a julio, e insistiendo en que los profesores demos clases durante ese mes para que los alumnos puedan recuperar las asignaturas pendientes. Así, además, podríamos adelantar las clases y comenzar el 1 de septiembre. Un mes menos de vacaciones y de quebraderos de cabeza paternales.

Lo sé. Soy juez y parte. No puedo ser totalmente objetiva. Pero, aparte de lo que me toca a mí en lo personal, no puedo comprender que critiquemos tanto los horarios infernales y presencialistas que tenemos en este país y que ahora queramos imponérselos a adolescentes (porque aquí se habla de secundaria, chavales a partir de doce años, los niños de infantil y primaria no se examinan en septiembre)

Los chavales están cansados, hace calor y llevan ya casi tres meses de clase. No quiero imaginar lo que sería prolongar ese agobio en las aulas otro  mesecito con las temperaturas que nos gastamos en estas latitudes. Sí,  en otras partes de Europa no tienen tantas vacaciones en verano, las reparten a lo largo del año. Sí, somos uno de los países que menos vacaciones escolares tienen y con peores resultados académicos, háganselo ver. Sí, en Valencia quitaron los exámenes de septiembre hace dos años. Este curso han vuelto a las fechas originales, no ha funcionado. Sí, tenemos muchas vacaciones pero no nos las pagan. Cobramos bastante menos que otros funcionarios de la misma categoría, lo cual me parece justo y lo considero una ventaja, pero quizás otros prefieren cobra y trabajar más.

Si esas son las medidas con las que quieren racionalizar los horarios, no las comparto en absoluto. Por favor, luchemos por poder pasar tiempo con nuestros hijos y no aparcarlos diez horas al día diez meses al año. La conciliación debe pasar por un esfuerzo de las empresas, por entender que nuestro tiempo es valioso y que debe ser de calidad. No por querer imponer nuestras jornadas a nuestros hijos. Yo quiero disfrutar de mis vacaciones, pero también quiero que mis hijos disfruten de las suyas. Ya otro día hablamos de la conveniencia de los exámenes.